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lunes, 23 de octubre de 2017

Buxadé en "Cheyene"

Una del Oeste


Cheyene

Una colección breve a cargo de artistas de talla


Si las de piratas son historias que lucen tanto en las páginas de los tebeos como en la gran pantalla (algo menos en la caja tonta), el western es quizá el género ideal para cualquier medio, y en los tebeos encontró pronto un espacio propio. En España fuimos fervientes lectores y espectadores de las luchas entre pistoleros, vaqueros y ovejeros, la caballería y las tribus sioux y apaches... Fueron incontables las colecciones dedicadas exclusivamente al Oeste o aquellas otras en las que los jinetes blancos y pieles rojas, las peleas de saloon o los viajes en barco por el Misisipí compartían páginas con los detectives, los viajeros espaciales o el humor en viñetas.
En 1962 el cuaderno de aventuras había empezado a dar señales de agotamiento, y las editoriales ensayaron otros modelos de publicación para luchar contra la emergente televisión. Las "novelas gráficas", un formato con cierta solera ya aunque no demasiado común, comenzaron a sustituir en el quiosco las clásicas portadas panorámicas que Bruguera, Valenciana, Rollán o Maga habían explotado durante tanto tiempo. Marco también avanzó por aquel camino, y en el campo del Oeste presentó esta colección, en la que albergó material servido por la agencia Selecciones Ilustradas.
En las portadas aparecía la firma de Iranzo, que para el lector habitual se identificaba con el autor de El "Cachorro", pero que en realidad era un seudónimo empleado por Antonio Bernal para sus trabajos fuera de Bruguera. Las retiraciones de portada las ocupaba una serie de trabajos documentales sobre temas del Oeste dibujada por Brocal Remohí, y la contraportada era una historieta cómica de temática western debida a Bono.
El contenido de la paginación interior de la colección incluía dos series de continuará. La primera, iniciada por Jorge Buxadé sobre guiones de Eugenio Danyans y continuada después por F. Heredia, llevó por título el de su protagonista, Kid Cheyene, y ocupaba diez de las dieciocho páginas, quedando las ocho restantes dedicadas a otra serie, Las trece pistas, de autor no acreditado (aunque al menos en una viñeta aparece la firma de Enrique Badía), que por desgracia quedó interrumpida llegando sólo, en el último número de la colección, a la pista número 11.
En resumen, una apreciable colección que no pudo alzar el vuelo y quedó reducida, como tantas otras de aquellos tiempos finales de la edad de oro del cuaderno de aventuras, a un mero intento frustrado de repetir éxitos que ya no volverían.












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