Vamos al cine
Mis piratas favoritos
Una mirada personal a un mundo de aventuras
El cine, el cine "de verdad", en la sala oscura, en programa doble y en sesión continua, es una de las experiencias formativas más importantes de mi vida, como de la de casi todos, quizá todos, los que vivimos nuestra infancia antes de la llegada de la televisión. Las películas de vaqueros, de policías y ladrones, de capa y espada, las "de risa", comedias nacionales, italianas o americanas, el melodrama y el cine "de santos", las películas "de miedo" o el cine bélico componen un mosaico de imágenes y de información sin el que no seríamos quienes somos.
El de piratas es, junto al de espadachines y el western, uno de los géneros capitales de los años dorados del cine. Los patios de butacas y sobre todo los gallineros de los cines populares vibraban entonces con las luchas de los corsarios y bucaneros, las tormentas, los asaltos y abordajes, las torturas y ejecuciones, saludados con alaridos, risas y gritos, y cuando aparecía en la pantalla sobreimpreso el rótulo con el the end final los aplausos atronaban la sala.
Quiero recordar aquí algunos de los momentos inolvidables que aquellas películas heroicas han dejado en mi memoria. No trato de establecer cánones ni juzgar las películas con otro criterio que el de que me gusten a mí, ya hay demasiados eruditos que, con más méritos que yo, han fracasado muchas veces en el intento. Me limito por tanto, siguiendo con la intención general de esta bitácora, a compartir el placer de disfrutar con el cine que tantos buenos ratos me ha hecho pasar a mí de la mejor manera que se me ocurre y sin darle más vueltas.
Mucho me temo que la idea de lo que es el cine de piratas que tienen quienes no han cumplido aún los cuarenta o los cuarenta y cinco años se limite a las películas de Johnny Depp. Es posible que también les suene La isla de las cabezas cortadas, y los más inquietos guardarán memoria del Piratas de Polanski o el Hook de Spielberg, y supongo que muchos más recordarán un título de culto como La princesa prometida. Yo tengo que reconocer que de la saga del capitán Jack Sparrow sólo he visto la primera entrega y algunos fragmentos de las demás, siempre en televisión, no en la pantalla grande para la que están creadas, y aunque encontré entretenida, sobre todo, la primera mitad de la película inicial, confieso que el mundo sobrenatural que la envuelve y los personajes deformes y monstrosos que la pueblan me hacen imposible aceptarlas como auténticas películas de piratas. Para mí, lo paranormal no debería tener cabida fuera de las ficciones que tratan precisamente de eso. Fantasmas, trasgos, zombies y muertos vivientes, "marcianos", magos, brujos o hechiceros con poderes sobrehumanos desvirtúan (para mí, insisto) cualquier relato a no ser que sean el fondo y la esencia del mismo, y la piratería no trata de eso, sino de una realidad que tuvo lugar en un tiempo y un espacio reales. La fantasía aplicable a las historias de bucaneros y corsarios sólo me parece permisible en lo que se refiera a trastocar datos geográficos o históricos o exagerar los sucesos narrados o los caracteres de sus protagonistas. Es algo que pienso que ocurre con todos los géneros salvo los que son precisamente fantásticos. Recuerdo algún título del Oeste en el que hacía su aparición un dinosaurio antediluviano heredero de cintas como El monstruo de tiempos remotos, y no hace tanto que se estrenó otro western con invasión extraterrestre incluida, pero creo que el cine del Oeste, como el de piratas, es un cine de aventuras realistas, y el de monstruos o el de ciencia ficción son otra cosa. Vuelvo a repetir que se trata sólo mi opinión y que probablemente muchos no la compartirán.
De las otras películas que he citado antes no guardo mal recuerdo: Walter Matthau componía un corsario muy impresionante en la cinta de Polanski, y pasé un buen rato con sus peripecias, narradas con la solvencia habitual del director polaco. A Dustin Hoffman me costó más aceptarlo, aparte de que Hook no es al cien por ciento una película de piratas sino una vuelta de tuerca a un relato infantil, pero también la disfruté, como me ocurre casi siempre con el cine de Spielberg. Al fin y al cabo, se trata de Peter Pan, un clásico, y los clásicos permiten muchas lecturas e interpretaciones. Claro que es difícil incorporar nuevos rostros a historias que uno tiene aceptadas desde siempre, y Disney marcó a fuego en el cerebro de varias generaciones su versión del niño que se negaba a crecer. De hecho, el Peter Pan disneyano podría entrar en este repaso al cine de piratas, aunque prefiero reservarlo para cuando visite el cine de animación. En cualquier caso, volviendo a la cinta de Spielberg, allí estaba Robin Williams, un camaleón capaz de "ser" Popeye o Peter y con la misma facilidad un profesor de literatura, un niño grande o un padre travestido para acercarse a su prole, y Bob Hoskins, un Smee a la altura (escasa, claro), y Julia Roberts se convirtió en una Campanilla más que aceptable. Por todo ello, insisto, puedo permitirme incluir Hook en este repaso al genero de la piratería.
The Princess Bride (Rob Reiner, 1987) no es realmente un relato de piratas, pero entre sus personajes destaca el Inmortal Pirata Roberts, y es, en su estilo, una de las cintas más divertidas que conozco. El reparto es espectacular, cada actor parece nacido para el personaje que representa, y la acción transcurre con el ritmo preciso. Robin Wright Penn es una princesa preciosa, Cary Elwes un Pirata Roberts convincente, Mandy Patinkin un espadachín español increíblemente torpe, Chris Sarandon un odioso y malvado príncipe, André el Gigante un turco inocente y encantador, Wallace Shawn un fullero sin escrúpulos, y hasta Peter Falk y Fred Savage se lucen como el abuelo que cuenta la historia y el nieto que no quería escucharla y Billy Christal hace su aparición como el mago que tiene que resucitar al protagonista... No sé lo que opinan los entendidos y críticos, yo me refiero sólo al resultado para
un espectador que no tiene más exigencia al pagar una entrada que la de
pasar el rato lo mejor posible y que le cuenten una historia que pueda
recordar con gusto. La princesa prometida cumple perfectamente con esa premisa, y no tengo más que decir.
El otro título mencionado más arriba, La isla de las cabezas cortadas (Cutthroat Island, Renny Harlin, 1995, con Geena Davis, Matthew Modine, Frank Langella y Maury Chaykin), entra en un apartado especial del cine de piratas, el protagonizado por mujeres corsarias. Geena Davis interpreta el personaje principal, Morgan Adams, la hija del capitán del Morning Star, que debe tomar el mando del velero pirata a la muerte de su padre. Ella es la fuerza activa del relato, la auténtica protagonista, mientras Matthew Modine es el esclavo políglota encargado de descifrar los textos en latín del mapa del tesoro, y el papel del malvado Dagw Brown, tío de Morgan que intenta hacerse con el tesoro en lucha con su sobrina, lo interpreta Frank Langella, veterano actor que comenzó su carrera encarnando al conde Drácula en el escenario y luego en la pantalla. A Matthew Modine le toca pechar con el ingrato rol reservado generalmente a la frágil damisela en este tipo de aventuras, papel poco lucido para un actor de la categoría de Modine. La película no obtuvo buenos resultados económicos, pero a mi juicio merece citarse ya que no deja de tener buenos momentos.
Pero Geena Davis nunca podrá competir en mi memoria con la auténtica reina de los siete mares, la incomparable Jean Peters, La mujer pirata (pues ése fue el título que paseó por las Españas la cinta de 1951 de Jacques Tourneur Anne of the Indies, una película de la que lo único que no gustó a ninguno de los miembros de mi pandilla cuando la vimos desde el gallinero del cine Imperio de Carabanchel fue el pobre Louis Jourdan, actor francés que sufrió nuestro desdén no sólo como el galán de la hermosa pirata, sino también como el jardinero enamorado de Alida Valli en la hitchcockiana El caso Paradine (que conseguimos ver colándonos como hacíamos siempre que podíamos a pesar de faltarnos mucho para los dieciséis años necesarios según la calificación eclesial de la época: mayores con reparos), e incluso en Gigi nos caía francamente mal. Lo contrario ocurría con el resto del reparto, eficaz como solía ser en el Hollywood de la época, con un característico James Robertson Justice y un Herbert Marshall muy en su papel y una hermosa Debra Paget que nos seduciría años después en la historia en dos partes de Fritz Lang El tigre de Esnapur y La tumba india.
Si hay que buscar al primer corsario del celuloide, no hay ninguna duda: hubo otros piratas de cine antes, pero fue el Pirata Negro el verdadero pionero de los filibusteros de la pantalla, cuando el cine no había conquistado todavía el sonido y las proyecciones se acompañaban con la ayuda musical de un pianista. Douglas Fairbanks ya había encarnado al Zorro, a Robín de los Bosques, a Dartagnan y al Ladrón de Bagdad cuando en 1926 se convirtió en el duque de Arnoldo y se ensartó los enormes aros en las orejas para transformarse en el Pirata Negro, enfrentarse a los asesinos de su padre y convertirse en uno de los caballeros de la costa, con los que navegó en busca de presas hasta que en uno de sus abordajes encontró el amor de una mujer... Para mi generación era algo difícil ya encontrar películas mudas, no recuerdo dónde la vimos, seguramente en alguna sesión colegial o de la parroquia. The Black Pirate
fue una de las primeras películas filmadas en el nuevo sistema
Technicolor, entonces reducido a sólo dos tonos, y fue seleccionada por
la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para ser preservada
como parte del legado cultural.
El relato de piratas por excelencia es, sin duda, el que da cuenta de las aventuras de Jim Hawkins en busca del tesoro del capitán Flint en compañía del caballero Trelawney, el doctor Livesey y el capitán Smollett, con uno de los más temidos piratas de todos los tiempos, John Silver el Largo, y su mal hablado loro Capitán Flint ("¡Doblones de a ocho!"). La novela de Robert Louis Stevenson ha sido llevada a la pantalla innumerables veces, y resulta siempre atractiva, pero quienes tuvieron la suerte de descubrir La isla del tesoro en la película dirigida en 1934 por Victor Fleming, con Jackie Coogan en el papel de Jim y sobre todo el inconmensurable Wallace Beery encarnando al sanguinario y ladino pirata de la pata de palo no podrán aceptar ningún otro Silver.
Errol Flynn fue el protagonista de dos películas de Michael Curtiz que merecen aparecer en esta entrada, además de participar en alguna otra del mismo género de aventuras marinas (de hecho, la primera vez que encuentro su nombre acreditado es en una versión australiana del año 1933 de la epopeya de la Bounty). Estas dos cintas fueron El capitán Blood (1935) y El halcón de los mares (1940). Flynn fue el sucesor natural de Douglas Fairbanks, de varias de cuyas películas interpretó el australiano las versiones sonoras.
Captain Blood y The Sea Hawk son dos de las más clásicas cintas de piratas. En la primera, Flynn está acompañado por Olivia de Havilland, con quien volvería a encontrarse en otras ocho películas. Lionell Atwill es el tiránico propietario de esclavos, y Basil Rathbone compone otra de sus caracterizaciones de villano. Basada en la novela de Rafael Sabatini, la película narra la historia del doctor Peter Blood, arrestado y enviado a Jamaica para ser vendido como esclavo tras ser indultado de la condena a muerte por la falsa acusación de rebelión contra Jacobo II. Una vez en la isla, aprovecha un ataque español a la colonia para organizar una fuga de los esclavos, y los fugados se convierten en piratas y se unen a las fuerzas del bucanero francés Levasseur (Rathbone). Al igual que en el caso de El Pirata Negro de Fairbanks, también el amor termina redimiendo al héroe, conquistado por la sobrina del tiránico coronel Bishop (Atwill).
El halcón de los mares es otra cinta de aventuras marinas, pero en esta ocasión el tema no se limita a las consabidas luchas y asaltos de los piratas en busca de botín, sino que su argumento arranca con un trasfondo político que se superpone al relato original, también obra de Sabatini (de hecho lo transforma por completo). La primera escena de la película muestra al emperador español Felipe II (Montagu Love) expresando su deseo de que en el mapamundi no quedara otro nombre destacado que el de España, para lo que Inglaterra era el único obstáculo. El corsario Geoffrey Thorpe (Flynn) recibe el encargo de la reina Isabel (Flora Robson) de dificultar la empresa de la Armada Invencible, lo que le lleva a asaltar un galeón en el que viaja el embajador español Álvarez de Cordoba (Claude Rains) y continuar la lucha sin descanso contra el maligno empeño de los españoles en escenarios que saltan del océano a las marismas de las Indias Españolas, hasta llegar al duelo final con el traidor y conseguir el amor de la hispana Doña María (Brenda Marshall). El reparto, nuevamente, espectacular, y si bien falta Olivia de Havilland, encontramos entre los figurantes imágenes familiares como Gilbert Roland o Donald Crisp y un actor del prestigio de Henry Daniell, además de la espléndida actriz británica Flora Robson, que ya había sido la reina Isabel en los escenarios ingleses, y la inefable Una O'Connor, cómica irlandesa de la que alguien dijo que era capaz de hacer adobes sin paja. No resulta extraño que este filme no se estrenara en España, aunque la censura fue capaz años después de permitir el estreno de otras cintas tan críticas como ésta con el sencillo expediente de cambiar los nombres y nacionalidades de los "malos" (véase Queimada, sin ir más lejos).
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El de piratas es, junto al de espadachines y el western, uno de los géneros capitales de los años dorados del cine. Los patios de butacas y sobre todo los gallineros de los cines populares vibraban entonces con las luchas de los corsarios y bucaneros, las tormentas, los asaltos y abordajes, las torturas y ejecuciones, saludados con alaridos, risas y gritos, y cuando aparecía en la pantalla sobreimpreso el rótulo con el the end final los aplausos atronaban la sala.
Mucho me temo que la idea de lo que es el cine de piratas que tienen quienes no han cumplido aún los cuarenta o los cuarenta y cinco años se limite a las películas de Johnny Depp. Es posible que también les suene La isla de las cabezas cortadas, y los más inquietos guardarán memoria del Piratas de Polanski o el Hook de Spielberg, y supongo que muchos más recordarán un título de culto como La princesa prometida. Yo tengo que reconocer que de la saga del capitán Jack Sparrow sólo he visto la primera entrega y algunos fragmentos de las demás, siempre en televisión, no en la pantalla grande para la que están creadas, y aunque encontré entretenida, sobre todo, la primera mitad de la película inicial, confieso que el mundo sobrenatural que la envuelve y los personajes deformes y monstrosos que la pueblan me hacen imposible aceptarlas como auténticas películas de piratas. Para mí, lo paranormal no debería tener cabida fuera de las ficciones que tratan precisamente de eso. Fantasmas, trasgos, zombies y muertos vivientes, "marcianos", magos, brujos o hechiceros con poderes sobrehumanos desvirtúan (para mí, insisto) cualquier relato a no ser que sean el fondo y la esencia del mismo, y la piratería no trata de eso, sino de una realidad que tuvo lugar en un tiempo y un espacio reales. La fantasía aplicable a las historias de bucaneros y corsarios sólo me parece permisible en lo que se refiera a trastocar datos geográficos o históricos o exagerar los sucesos narrados o los caracteres de sus protagonistas. Es algo que pienso que ocurre con todos los géneros salvo los que son precisamente fantásticos. Recuerdo algún título del Oeste en el que hacía su aparición un dinosaurio antediluviano heredero de cintas como El monstruo de tiempos remotos, y no hace tanto que se estrenó otro western con invasión extraterrestre incluida, pero creo que el cine del Oeste, como el de piratas, es un cine de aventuras realistas, y el de monstruos o el de ciencia ficción son otra cosa. Vuelvo a repetir que se trata sólo mi opinión y que probablemente muchos no la compartirán.
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De las otras películas que he citado antes no guardo mal recuerdo: Walter Matthau componía un corsario muy impresionante en la cinta de Polanski, y pasé un buen rato con sus peripecias, narradas con la solvencia habitual del director polaco. A Dustin Hoffman me costó más aceptarlo, aparte de que Hook no es al cien por ciento una película de piratas sino una vuelta de tuerca a un relato infantil, pero también la disfruté, como me ocurre casi siempre con el cine de Spielberg. Al fin y al cabo, se trata de Peter Pan, un clásico, y los clásicos permiten muchas lecturas e interpretaciones. Claro que es difícil incorporar nuevos rostros a historias que uno tiene aceptadas desde siempre, y Disney marcó a fuego en el cerebro de varias generaciones su versión del niño que se negaba a crecer. De hecho, el Peter Pan disneyano podría entrar en este repaso al cine de piratas, aunque prefiero reservarlo para cuando visite el cine de animación. En cualquier caso, volviendo a la cinta de Spielberg, allí estaba Robin Williams, un camaleón capaz de "ser" Popeye o Peter y con la misma facilidad un profesor de literatura, un niño grande o un padre travestido para acercarse a su prole, y Bob Hoskins, un Smee a la altura (escasa, claro), y Julia Roberts se convirtió en una Campanilla más que aceptable. Por todo ello, insisto, puedo permitirme incluir Hook en este repaso al genero de la piratería.
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El otro título mencionado más arriba, La isla de las cabezas cortadas (Cutthroat Island, Renny Harlin, 1995, con Geena Davis, Matthew Modine, Frank Langella y Maury Chaykin), entra en un apartado especial del cine de piratas, el protagonizado por mujeres corsarias. Geena Davis interpreta el personaje principal, Morgan Adams, la hija del capitán del Morning Star, que debe tomar el mando del velero pirata a la muerte de su padre. Ella es la fuerza activa del relato, la auténtica protagonista, mientras Matthew Modine es el esclavo políglota encargado de descifrar los textos en latín del mapa del tesoro, y el papel del malvado Dagw Brown, tío de Morgan que intenta hacerse con el tesoro en lucha con su sobrina, lo interpreta Frank Langella, veterano actor que comenzó su carrera encarnando al conde Drácula en el escenario y luego en la pantalla. A Matthew Modine le toca pechar con el ingrato rol reservado generalmente a la frágil damisela en este tipo de aventuras, papel poco lucido para un actor de la categoría de Modine. La película no obtuvo buenos resultados económicos, pero a mi juicio merece citarse ya que no deja de tener buenos momentos.
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Pero Geena Davis nunca podrá competir en mi memoria con la auténtica reina de los siete mares, la incomparable Jean Peters, La mujer pirata (pues ése fue el título que paseó por las Españas la cinta de 1951 de Jacques Tourneur Anne of the Indies, una película de la que lo único que no gustó a ninguno de los miembros de mi pandilla cuando la vimos desde el gallinero del cine Imperio de Carabanchel fue el pobre Louis Jourdan, actor francés que sufrió nuestro desdén no sólo como el galán de la hermosa pirata, sino también como el jardinero enamorado de Alida Valli en la hitchcockiana El caso Paradine (que conseguimos ver colándonos como hacíamos siempre que podíamos a pesar de faltarnos mucho para los dieciséis años necesarios según la calificación eclesial de la época: mayores con reparos), e incluso en Gigi nos caía francamente mal. Lo contrario ocurría con el resto del reparto, eficaz como solía ser en el Hollywood de la época, con un característico James Robertson Justice y un Herbert Marshall muy en su papel y una hermosa Debra Paget que nos seduciría años después en la historia en dos partes de Fritz Lang El tigre de Esnapur y La tumba india.
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Ahora bien, mi intención cuando empecé a escribir esto era tan sólo hacer una reflexión sobre media docena de películas más o menos de las que vi en el cine en aquellos años sin televisión o con la caja tonta aún en sus comienzos, cuando el cine era un espectáculo sin más competencia que las fiestas y ferias de los barrios y pueblos de los alrededores, el circo o el teatro (sólo en las funciones colegiales o de la catequesis de los salesianos, no recuerdo haber ido al teatro de pago en mi infancia, desgraciadamente). Comienzo aquí, pues, este repaso por orden cronológico de las cintas de piratas que me han dejado mejor recuerdo.
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Hermoso cartel italiano de Captain Blood,
firmado por Martinatti |
Póster de The Sea Hawk. |
Errol Flynn fue el protagonista de dos películas de Michael Curtiz que merecen aparecer en esta entrada, además de participar en alguna otra del mismo género de aventuras marinas (de hecho, la primera vez que encuentro su nombre acreditado es en una versión australiana del año 1933 de la epopeya de la Bounty). Estas dos cintas fueron El capitán Blood (1935) y El halcón de los mares (1940). Flynn fue el sucesor natural de Douglas Fairbanks, de varias de cuyas películas interpretó el australiano las versiones sonoras.
Fotograma de El capitán Blood. |
Fotograma de El halcón de los mares. |
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Charles Laughton fue un actor de recursos insospechados que se lució en películas judiciales como Testigo de cargo o El proceso Paradine, en grandes producciones como Espartaco, en dramas sociales, políticos e históricos (Esta tierra es mía, Tempestad sobre Washington, La reina virgen, La vida privada de Enrique VIII, El signo de la Cruz), lo mismo que en papeles que exigían un esfuerzo físico y un maquillaje agotador como Esmeralda la zíngara, y que surcó los mares o se relacionó con ellos desde un puesto de mando en más de una ocasión: Bajo diez banderas, La tragedia de la Bounty, Posada Jamaica... Algunos de estos títulos rondaban el género piratesco o lo abordaban de lleno, pero en esta relación de películas favoritas del arriba firmante el puesto está reservado para un personaje inevitable cuando se toca el tema de la piratería que Laughton abordó en dos ocasiones: el capitán Kidd. El tercer título por orden de fecha de estreno de esta media docena de preferencias personales lo ocupa, pues, Captain Kidd (Rowland V. Lee, 1945), cinta protagonizada por Randolph Scott y Barbara Britton que representó la primera aparición de Charles Laughton en el papel del pirata, convirtiéndose inevitablemente en la figura central del filme. En el reparto destacaban Reginald Owen, John Carradine y de nuevo Gilbert Roland.
La segunda ocasión en la que Charles Laughton se caló el tricornio del capitán Kidd fue mucho menos seria... de hecho fue una broma no demasiado graciosa, una de las parodias del dúo de humoristas formado por Bud Abbott y Lou Costello en la que Laughton repitió su personaje siete años después, ahora en tono bufo, con más bien poca gracia, incluyendo unos pasos de baile del pirata que recuerdo con sonrojo. Abbott y Costello tuvieron cierta audiencia en España en la época, y alguno de sus títulos sonaron bastante. En las sesiones de fin de semana que se organizaban en el colegio marianista de Carabanchel (con aquel proyector de 16 milímetros que de cuando en cuando quemaba el celuloide provocando los alaridos indignados de la audiencia infantil igual que ocurría con el que en las fiestas de San Pedro de la Colonia de Aviación se lucía en los pases al aire libre) vimos una buena selección de ellas: Contra los fantasmas, Las minas del rey Salmonete, Agárrame ese fantasma, Pájaros de cuenta, Dos caraduras con suerte... El humor de Abbot y Costello, basado principalmente en unos diálogos frenéticos y absurdos, se perdía casi por completo en la traducción, con lo que las películas quedaban reducidas a una sucesión de gags heredados del slapstic mudo y a una gran profusión de muecas del rollizo Costello y de persecuciones y carreras dignas de Mortadelo y Filemón, pero a los chavales de entonces nos parecía el no va más del humor (por algo les llamábamos "los otros El Gordo y El Flaco").
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The Crimson Pirate, traducida espantosamente en España como El temible burlón, es indudablemente la más divertida película sobre piratas. Construida como una comedia humorística, su argumento, absolutamente intrascendente, carece de importancia: algo sobre un tiránico gobernador, unos rebeldes que pretenden derrocarle y un increíble capitán pirata saltarín, Vallo (Burt Lancaster), que se ve metido en el lío con la intención de conseguir un botín y termina encabezando la rebelión acompañado de un pirata mudo y tan saltarín como él (Nick Cravat) y de un tópico inventor medio loco (James Hayter), concluyendo la función con el consabido romance con la hija del cabecilla rebelde, Consuelo (Eva Bartok). Como bien dice Vallo en la primera secuencia de la película, no debemos creer nada de lo que oigamos, y sólo la mitad de lo que veamos.
¿Mitificada en mi memoria? Seguramente, pero a pesar de todo sigo pensando que esta película es la cima del cine como diversión, una fiesta continua de acción y alegría, con el colorido del tecnicolor de los cincuenta tiñéndolo todo de un optimismo que echo de menos en el cine hace mucho tiempo. No he vuelto a verla en pantalla grande y rodeado de chavales disfrutando como yo, y nunca es lo mismo ver este cine en casita en la televisión, por grande que sea. Y sin embargo, creo que podría volver a ser el niño que la vio por primera vez y acompañar a Vallo y Ojo en sus correrías por el pueblo perseguidos por los soldados del gobernador. Y como último detalle, que yo no advertí hasta leerlo en alguna crítica muchos años después, ¡también Christopher Lee estaba en esta película! (Aunque, pensándolo bien, es cierto que hay pocas películas de acción en las que no se apareciera san Christopher).
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Quiero concluir este repaso al cine de piratas con una película insólita, inquietante y absolutamente genial que en España llevó el hermoso título de Viento en las velas, pero que originalmente se llamó A High Wind in Jamaica, dirigida en 1965 por Alexander Mackendrick.
La historia se cuenta en pocas palabras: el capitán Chávez (un extraordinario Anthony Quinn), su segundo, Zac (James Coburn), y su tripulación de piratas de poca monta abordan el Clorinda, un navío en el que viajan desde Jamaica a Londres los hermanos Thornton, enviados por sus padres tras una tormenta en la isla. Al volver a su barco con el botín, los piratas se encuentran con que los niños han vuelto con ellos. La relación de los niños y los piratas y su evolución durante el viaje hacen de esta película una experiencia inolvidable. El tono amable no esconde la dureza y crueldad del relato, que concluye sin la menor piedad. Si se me permite la osadía, yo diría que esta película merece contarse entre lo mejor que ha dado el cine.
Mackendrick, director profundamente británico pese a que nació en Boston y falleció en Los Ángeles, es el autor de una docena de filmes de los que no hay ninguno que no me haya parecido memorable, comenzando con Whisky a gogó (Whisky Galore, 1949), una comedia sobre los esfuerzos de los habitantes de un pueblo costero escocés por quedarse las cajas de botellas de whisky de un barco naufragado, y concluyendo en No hagan olas (Don't Make Waves, 1967), minusvalorada comedia californiana con Tony Curtis, Claudia Cardinale y Sharon Tate que merece una revisión. Citar El hombre vestido de blanco, Mandy, El quinteto de la muerte o Chantaje en Broadway me parece suficiente.
Viento en las velas adapta la novela de Richard Hughes Huracán en Jamaica, un relato que Mackendrick convierte en una lúcida disección de la naturaleza infantil, su relación con los adultos y la fuerza y crueldad de la inocencia. Mackendrick fue un gran director de niños, y en sus películas los niños son exactamente niños, no adultos ni bobitos.La historia se cuenta en pocas palabras: el capitán Chávez (un extraordinario Anthony Quinn), su segundo, Zac (James Coburn), y su tripulación de piratas de poca monta abordan el Clorinda, un navío en el que viajan desde Jamaica a Londres los hermanos Thornton, enviados por sus padres tras una tormenta en la isla. Al volver a su barco con el botín, los piratas se encuentran con que los niños han vuelto con ellos. La relación de los niños y los piratas y su evolución durante el viaje hacen de esta película una experiencia inolvidable. El tono amable no esconde la dureza y crueldad del relato, que concluye sin la menor piedad. Si se me permite la osadía, yo diría que esta película merece contarse entre lo mejor que ha dado el cine.
[Las imágenes incluidas en esta entrada están tomadas de diversos sitios de la red. Como siempre, se emplean sólo con el fin de aportar información gráfica al texto, sin afán de lucro. En caso de que alguna persona o entidad se sienta perjudicada, bastará con una nota en la misma entrada y la imagen o imágenes serán retiradas inmediatamente.]
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El blog cierra así su primera etapa, y descansará durante el periodo veraniego,
un par de semanas, espero. A la vuelta continuaremos compartiendo los recuerdos
de una larga vida de diletante de la frivolidad con todos aquellos que quieran gozar
de las cosas realmente importantes de la vida, las que no sirven sino para disfrutar.
un par de semanas, espero. A la vuelta continuaremos compartiendo los recuerdos
de una larga vida de diletante de la frivolidad con todos aquellos que quieran gozar
de las cosas realmente importantes de la vida, las que no sirven sino para disfrutar.
Mejor la mirada que la propia imagen.
ResponderEliminarMaravilloso análisis, Alejandro, un excelente acercamiento a un cine que ya no volverá pero que vierte sus esencias en los sueños y quimeras de todos aquellos que lo vivimos con gran intensidad.
Un abrazo.
Anthony Quinn nacio con el disfraz de pirata puesto, como Sean Connery con el de 007. Me encanto esta entrada de tu blog. Ojala fuera pirata, me saltaria todas las normas y dejaria mi barco en Tui para ir a visitaros. Te quiero.
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