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lunes, 2 de julio de 2018

El Cubri - Peter Parovic

El Cubri, la serie negra y un ingenuo lector de tebeos

   

Un caso del detective Peter Parovic

(Y los recuerdos de un insólito acontecimiento cultural)
    
Corría el año de 1984... bueno, más que correr, se arrastraba. Aquél fue para mí un tiempo confuso, había dejado atrás la juventud, pero aún no me había percatado de ello: las responsabilidades familiares, el trabajo, los avatares políticos por los que había atravesado el país en la última década... El mundo se me había hecho muy complicado.
La librería Madrid Cómics, aún en su feudo sotanesco de la Gran Vía Madrileña, era un reducto y un punto de encuentro en el que los aficionados y lectores de tebeos encontrábamos muchos motivos para recalar. Mario Ayuso y sus lugartenientes se esforzaban en convertir el establecimiento en mucho más que una tienda de tebeos. Allí se elaboraba el boletín Tribulete, una publicación sobre cómics que no se esforzaba en parecerse a ninguna otra y que constituyó para quienes la leíamos con atención una notable experiencia ilustrativa, no sólo sobre las historietas, sino sobre el mundo que las rodea, y allí tenían lugar toda clase de actos a los que, por suerte, nadie había pensado aún en bautizar con el pedante y cursi apelativo de eventos.
El 1 de marzo del citado año 1984 se celebró en la librería una de aquellas reuniones para comentar con los componentes de El Cubri el último trabajo que el equipo creativo había publicado poco antes, Sombras, un libro en rústica de 48 páginas en blanco y negro con dos prólogos de Jesús Cuadrado en el que se recogía, junto con otras dos historias, la primera aparición del detective Peter Parovic, y que constituyó el número 31 de la colección Papel Vivo de Ediciones De la Torre. Lo de que la reunión se celebró es una manera de decirlo: el espacio no daba para mucho (la cosa tuvo lugar en el pasillo que había delante del establecimiento, que partía de unas escaleras en las que nos apelotonamos como pudimos la escasa docena y media de interesados que coincidimos por allí), y la audiencia no estaba demasiado al tanto de lo que se cocía. En realidad, la mayoría de los presentes eran jóvenes lectores a los que, en mi opinión, lo que les atraía de Madrid Cómics, más que el cómic de calidad y adulto de El Cubri, eran los superhéroes y los bárbaros del comic book yanqui (el manga, menos mal, aún no tenía la fuerza que alcanzó luego, aunque ya Akira, Dragon Ball y otras monstruosidades orientales avanzaban a marchas forzadas a la conquista del mercado hispano, siguiendo la estela de los Mazingeres y las Heidis).
Y entre ellos estaba yo, que, lo confieso, tampoco es que fuera un apasionado del cómic comprometido. Conocía, sí, algunas de las cosas que El Cubri iba publicando en unos y otros sitios, las leía, entendía la denuncia, estaba de acuerdo políticamente, me indignaba, pero... pero he de reconocer que no conseguía interesarme mucho por aquello como historieta. Para eso estaban los libros, las revistas "serias", los panfletos y las manifestaciones, el tebeo, en mi opinión, era otra cosa, el de toda la vida, y lo que yo le pedía a un tebeo eran narraciones en las que pudiera identificarme con el héroe, enamorarme de la heroína, acompañarles en sus odiseas y batallas y disfrutar de los finales felices, que no eran precisamente las cosas a las que se dedicaban Hernández Cava y Arjona (Alonso había abandonado ya El Cubri).
La librería había preparado un pequeño díptico con El detective Logroño, una historieta de El Cubri publicada en 1979 en un semanario en castellano y traducida años después al catalán. De aquel folletito se tiraron cien ejemplares numerados, con la historieta flotando sobre un luctuoso fondo negro. El trigésimo octavo de aquellos dípticos obra en mi poder, y aquí lo presento en exclusiva para mis dilectos seguidores.
   


   
Es pues el caso que después de que Lorenzo Díaz hiciera una breve presentación de los artistas y la obra, se invitó al personal a hacer sus preguntas... y el silencio más espeso cayó sobre el lugar, mientras los interesados esperaban pacientemente. Por mi parte, siempre cumplidor, intenté vencer mi timidez, y no atreviéndome a meterme en asuntos en los que soy tan lego como la técnica narrativa, el dibujo o la política, conseguí plantear alguna cuestión sobre los proyectos futuros de El Cubri y poco más, pero como debate la cosa realmente no funcionó.
Se pasó entonces rápidamente a la firma de ejemplares, y ahí me tenéis a mí, que jamás, ni antes ni después, me he atrevido a pedirle a ningún autor que me adornara un libro con su firma y menos con un dibujito, acercándome con mis ejemplares de El que parte y reparteSombras, en los que Felipe Hernández Cava estampó dos escuetos y perplejos mensajes: "Para Alejandro" y "Para Alejandro en una tarde kafkiana", y Pedro Arjona dibujó un ensombrerado fumador y un negro saxofonista, empleando para ello el mango mordisqueado de un pincel (de veras, empleó el mango mordisqueado para dibujar, no las cerdas del pincel; sería para no tener que limpiarlas luego).
Como digo, aquel "evento" fue de lo más increíble, pero a mí me sirvió para mirar el mundo del tebeo con la mente más abierta y me movió a revisar un tipo de historietas que nunca me habían atraído especialmente.
Traigo ahora al blog aquella primera historia de Peter Parovic, Sueños de plomo, una excelente aproximación de El Cubri al género negro. El detective hizo una segunda aparición al año siguiente con la aventura titulada Cadáveres de permiso, que quizá en otra ocasión pueda presentar igualmente, lo mismo que las otras dos historietas de Sombras que hoy se quedan en el tintero.
   












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