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miércoles, 5 de diciembre de 2018

El Corsario Sin Rostro #13

   

La odisea de Isabel

  
Las aventuras del Corsario Sin Rostro se publicaron a lo largo del año de 1959, cuando a la época dorada de los cuadernillos de aventuras le quedaba muy poco para concluir, de la penosa manera que concluyó, pero entonces aquello no parecía posible. El quiosco rebosaba de maravillosas portadas de colecciones aventureras, dibujadas por maestros en su mejor momento; la lectura de tebeos era una de las principales aficiones de aquellos niños y adolescentes que empezaban a descubrir la televisión sin sospechar que aquella caja tonta era el toque de trompeta que daría lugar al más profundo de los cambios en el disfrute del ocio juvenil... y de todas las edades.
No es que la televisión acabara con los tebeos, pero sí desplazó aquella afición del lugar predominante de que disfrutaba. Otras circunstancias contaron también en aquel declinar del cuaderno de aventuras, y entre ellas no fue la menor el hachazo de la censura. Aunque siempre presente, la censura se había centrado principalmente, al controlar las publicaciones de historietas, en los temas religiosos y políticos y, sobre todo, en el mundo del sexo, pero estaba a punto de firmarse la ley que convertiría las gloriosas aventuras de los héroes de papel en una caricatura lastimosa en la que las batallas se libraban con las manos desnudas, las flechas desaparecían en el aire, los muertos parecían morir de susto...
Manuel Gago pudo permitirse en colecciones como la que estamos revisando mostrar las luchas de los corsarios con toda su crudeza (como puede apreciarse en la viñeta que encabeza la entrada). ¿Cómo podía nada ser igual cuando las normas censoras hicieron imposible participar en emocionantes batallas en las que los cadáveres lucían horrorosas cuchilladas, donde los espadachines tajaban y atravesaban con sus tizonas a los malvados irrecuperables?, ¿como podíamos volver a creer en las aventuras de papel, aquellas aventuras que nos trasladaban a un mundo que todos sabíamos que no era real, pero que convertía nuestro auténtico y gris mundo en una aventura digna de vivirse, cuando de ellas había desaparecido su violenta magia y su romántico peligro? El colmo de aquella pacata censura fue obligar a Lucky Luke a llevarse una brizna de hierba a la boca y abandonar su eterno cigarrillo, con su elegante columnita de humo, aunque en este caso la censura no fue española.
Pero volvamos a los gloriosos tiempos idos. Estamos aún en la edad de oro en la que el Corsario Sin Rostro podía atravesar el pecho a su peligroso adversario sin temor a posteriores tijeras censoras, disfrutemos de ello.
   







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