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lunes, 18 de febrero de 2019

El Corsario Sin Rostro #15

   

¡Rescatada!

  
Otro nuevo capítulo de las aventuras del Corsario Sin Rostro.
Es emocionante para mí revisar estas colecciones que a finales de los años cincuenta y primeros sesenta alegraban con sus coloridas portadas los humildes quioscos de barrio. En aquellos tiempos de mi infancia yo vivía en las afueras de Madrid, en uno de los pueblos del extrarradio engullidos por la capital que todavía conservaban gran parte de su espíritu independiente. De hecho, hablábamos de "ir a Madrid" cuando cogíamos el tranvía 34 o las "camionetas" para acercarnos al centro de la ciudad (la palabra autobús quedaba reservada entonces para los de la Empresa Municipal de Transportes).
El quiosco de prensa de Tomás el cojito, que yo visitaba todos los días a la salida del cole, ocupaba un destacado lugar en la plaza de Carabanchel Alto. Sólo el sábado, cuando recibía la propina semanal, podía hacer gasto, y era un martirio tener que limitarme a un tebeo; por eso no había semana que no "encontrara" tres pesetas... en el monedero de mamá, que creo que se hacía la tonta, y así podía comprar al menos un Trueno y un Piel de Lobo, con algunos sobres de cromos cuando era la temporada.
Recuerdos dignos del abuelo Cebolleta, lo admito, pero es que me desato cuando leo estos tebeos. Otro día tendré que hablar del puestecito de golosinas de "la Alfonsa", con sus pastillas de leche de burra, sus caramelos Paco, sus cubiletes de pipas de girasol a perra chica o perra gorda y cuando caía la tarde su lámpara de carburo (cuyo infame olor, misteriosamente, me resultaba atractivo), y de las tardes de domingo en la catequesis del colegio de los salesianos, con la tarjeta sellada en la parroquia que demostraba que habíamos ido a misa y nos permitía asistir a una sesión de cine o una obra de teatro interpretada por los alumnos del colegio (todos varones, eso sí, entonces pocos colegios eran mixtos)... ¡Ah, la infancia!








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