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lunes, 11 de febrero de 2019

Ciencia ficción a la española

   

Diego Valor: de la radio al tebeo

     
¡El piloto del futuro, el guerrero sin temor...! Diego Valor tenía todas las papeletas para convertirse en un hito del tebeo español: nacido como serial radiofónico que adaptaba el famoso cómic británico Dan Dare, de Frank Hampson, el gran éxito del programa de la SER hacía esperar que su paso a la historieta siguiera el mismo camino. Desgraciadamente, las condiciones en las que se llevó a cabo la adaptación no fueron las más adecuadas, y pese a que la colección se mantuvo en el quiosco durante cinco años, primero en el pequeño formato apaisado que en Italia se llamó striscia y después en el normalizado del cuaderno de aventuras, sólo la atracción ejercida por la emisión radiofónica sustentaba su existencia. 
El principal problema, a mi juicio, radicaba en que los guiones de la historieta se limitaban a repetir semanalmente los cinco episodios radiados, acoplando de cualquier manera las acciones al espacio de las quince páginas del tebeo, sin tener en cuenta la diferencia radical entre los dos medios. Las peripecias de los protagonistas aparecían en las páginas de cada número amontonadas, sin pausa ni separación, cambiando el escenario de una viñeta a la siguiente y dando por resueltas muchas situaciones sin apenas esbozarlas, dando por supuesto que el conocimiento que el lector tenía de la aventura le permitía seguir la historia sin demasiado problema.
En cuanto a la realización gráfica, el dibujante escogido para llevar a cabo la colección, Francisco Blanes, abandonó la tarea cuando apenas había dibujado el primer número, ya que sus otros compromisos de trabajo no le permitían mantener el ritmo de entrega semanal de la colección. Como sustitutos fueron escogidos Adolfo Buylla y Braulio Rodríguez, que firmaron como Buylla y Bayo. Si en los primeros números intentaron mantener un digno nivel, no tardaron en verse arrollados por la imposibilidad de mantener el ritmo de trabajo, luchando además con unos guiones más pensados para la radio que para la viñeta. Buylla comentó alguna vez que en aquellos guiones no era raro encontrarse con una escena que exigía un primer plano con cuatro o cinco protagonistas y allá al fondo un ejército de miles de hombres, carros de combate y aeronaves ocupando todo el horizonte, sobre el que se desencadenaba una gran tormenta... con lo que acababan limitándose a repetir viñetas con un busto y un gran bocadillo en el que se intentaba explicarlo todo. Buylla y Bayo se veían obligados a entregar cuaderno tras cuaderno dibujado a toda prisa y sin casi detalles, aunque procuraron en cada número dejar al menos una página dibujada con cariño y cuidar algo más las portadas, entre las que se pueden encontrar algunas más que apreciables, especialmente durante los primeros números de las aventuras en Marte.
En la emisión radiofónica, el prescindir de narrador y dejar que los diálogos situaran la acción y los escenarios fue una buena idea (la figura del narrador se limitaba en cada episodio al texto a modo de resumen que abría cada episodio). En unos cuadernos en los que todo sucedía a tal velocidad que era difícil seguir la acción no se consiguió un sistema que hiciera menos confuso el resultado.
Pese a ello, ya digo que durante muchos meses los lectores nos abalanzábamos sobre nuestros tebeos para disfrutar en Venus de las emocionantes batallas con las Telecero o las sillas volantes, las emboscadas, encerronas y traiciones de los verdes wiganes del Gran Mekong o, ya en Marte, contra los malvados sicarios del Príncipe Senrok y su madre, la terrible Frieya. La larga historia de la lucha del comandante Valor y sus compañeros, el capitán Miguel Portolés y los tenientes Hank Hoggan y Pierre Laffite, acompañados de la intrépida profesora Beatriz Fontana y la aguerrida princesa venusina Kira (mientras, curiosamente, coroneles y generales apenas hacían una aparición testimonial), hubiera merecido más suerte al plasmarse en el tebeo.
Siguen los dos primeros cuadernos de la colección. No pueden dar una idea ajustada de lo que significó el fenómeno Diego Valor en su momento, no es fácil situarse en el contexto de una infancia para la que no existía la televisión, que había aprendido a escribir con pizarrín y pizarra y luego mojando la plumilla en el tintero, porque el bolígrafo aún no había llegado a nuestras escuelas. Una infancia que ocupaba la mayor parte de su ocio en juegos al aire libre y para la que los tebeos eran quizá la más importante fuente de conocimiento del mundo, ya que lo aprendido en las aulas era... otra cosa.    
   









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