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jueves, 9 de mayo de 2019

Álbumes de cromos 26

Un cuento del autor holandés Herman van Veen

    

Alfred J. Kwak

    
Para los niños de mediados de los años cincuenta del siglo pasado, el dibujo animado era, esencialmente, el de Disney, con un apartado especial para Tom y Jerry, El Pájaro Loco o Bugs Bunny. La llegada de Huckleberry Hound y su cuadrilla en los años sesenta fue una revolución técnica que costaba aceptar. Aquellos muñecos no eran como los que estábamos acostumbrados a ver: no tenían sombra, se movían espasmódicamente, estaban hechos de ásperos trazos completamente distintos de la dulce armonía del dibujo disneyano... ¡pero tenían algo, una energía y un dinamismo que atraían! Los Picapiedra se convirtieron en un clásico casi desde el primer día, y el espectador aprendió a disfrutar de un dibujo animado diferente...
A mediados de los años setenta empezaron a llegar a la televisión española series de animación japonesas, que en principio considerábamos espantosas. Animación aún más espasmódica que la de Hanna-Barbera, personajes planos, ojos como platos, argumentos y tramas increíblemente flojas que parecían pensadas para mentalidades infantiles... La aparición de Heidi supuso un cambio agradecido: hermosos colores, una narración ya conocida pero desarrollada de un modo menos dramático que en los libros originales de Johanna Spyri, canciones... Oriente consiguió hacerse un hueco en las preferencias de los niños españoles (para entonces yo ya había dejado atrás la adolescencia, con lo que, de no ser por mis hijas, no creo que hubiera prestado atención a aquel material), y ya no hubo vuelta atrás.
De Japón, entonces, empezó a llegar una riada de series de todo tipo: nuevas adaptaciones de relatos occidentales siguiendo la estela de Heidi (el primero de todos, el protagonizado por el lacrimógeno Marco y su mono Amedio que salieron de las páginas de Edmondo de Amicis), melodramas románticos como Candy Candy, series de ciencia ficción infantiles de Mazinger Z  a Bola de Dragón, que nunca conseguí apreciar (tuvo que llegar Akira para encontrar por fin una obra redonda), desparrames "deportivos" como Oliver y Benji, mitologías venidas de no sé bien dónde (Los caballeros del Zodíaco)...
Algunas de las series "japonesas" nacían en realidad en Europa. En España tuvimos El pequeño Cid, Dartacán, un Quijote y bastantes más, que seguían el estilo japonés, como en Francia apareció El Inspector Gadget, y así en todas partes.
La realización de estas animaciones de estilo oriental era  en algunos casos nacional, pero otras veces se trataba de coproducciones realizadas en Japón. Una de aquellas coproducciones fue la serie que dio lugar al álbum de Panini que hoy ocupa nuestra entrada. Se trata de Alfred J. Kwak, la adaptación del cuento del autor holandés Herman van Veen, que es uno de los más atractivos relatos animados que pasearon por las pantallas españolas en aquellos años. Una historia bien tramada, con un fuerte contenido dramático muy alejado del infantilismo habitual en el género de los animalitos antropomorfos, un dibujo muy agradable, unos personajes creíbles...
El álbum es muy bonito y recoge los elementos suficientes de la trama para hacerla accesible. Disfruté mucho coleccionándolo.

   


















2 comentarios:

  1. Lo siento pero este patito me es mucho mas Disney que mazingerzeta. Por cierto me parece curioso que no menciones a los super cuando hablais del primer nanga... Gracias por la leccion. Esta me pilla cerca. Un beso

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    1. Bueno, mis comentarios son espontáneos y de primera mano. Cuando los releo suelo darme cuenta de que olvido mucho más de lo que recuerdo, pero de eso va este blog, no de aquellos tiempos, sino de cómo los recordamos ahora. Un besiño.

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