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lunes, 23 de marzo de 2020

Kabul de Bengala

   

El solitario guerrero de Oesterheld y Altuna

   
La editorial argentina Columba publicaba un puñado de colecciones de revistas de historietas que a veces aparecían en España, traídas no sé muy bien por quién. Sus cabeceras, Intervalo, D'Artagnan, El Tony, Fantasía..., no daban muchas pistas sobre el contenido de sus páginas, y ni la baja calidad del papel ni el implacable remontaje de la mayoría de las historietas presagiaban demasiado interés, pero pese a su escaso atractivo inicial, aquellos gruesos tomos encolados con delgadas cubiertas de papel, cuyas portadas lucían generalmente fotogramas de películas de acción o imágenes de buenos ilustradores, recogían en sus "novelas completas" episodios de grandes series de prensa estadounidense y algunas de las mejores historietas en lengua española, principalmente argentina, pero también otras que llegaban incluso de la madre patria (como Adam y Evans, de Víctor Mora y José Gual, o Gringo, de Giménez).
Una de las series de procedencia argentina era Kabul de Bengala, las aventuras de un guerrero solitario que se publicaban en la revista Fantasía. Narrada en primera persona en la voz del protagonista con abundancia de cartuchos de texto, lo que era algo habitual en la obra de Oesterheld, cada episodio desarrollaba una anécdota breve en la que Kabul hacía frente a una situación que exigía no sólo fuerza y bravura, sino inteligencia y astucia.
En el episodio que llega hoy al blog, publicado en 1973 en el Anuario Fantasía número 13, Kabul aplica su ingenio para vencer en una feroz carrera de cuadrigas, de clara inspiración en el Ben-Hur de Lewis Wallace, novela que había sido llevada a la pantalla en varias ocasiones, la más cercana en el tiempo la de 1959 de William Wyler, de gran éxito. La serie de Oesterheld no es una obra maestra, pero se lee con gusto, no se limita a mostrar las hazañas de un héroe invencible, sino que rodea a su protagonista de personajes bien delineados y con fuerza y resuelve en poco más de una docena de páginas tramas que muestran la maestría narrativa de Oesterherld, y tiene a su favor el eficaz dibujo de un joven Horacio Altuna que comenzaba a despuntar como uno de los grandes artistas argentinos.

    









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