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sábado, 28 de octubre de 2017

Cuadernos de aventuras


Kit-Boy

Ciencia ficción a la española


En el año 1955 el futuro era muy cercano. Sonaban en la radio canciones como El año dos mil y pico ["los hombres podrán volar / metidos en un cohete / hacia el espacio sideral"], Marcianita, en la que Billy Caffaro afirmaba que en el año setenta sería feliz con una pareja venida del planeta Marte, o aquella otra que cantaba a la televisión que "pronto llegará" (profecía cumplida, por cierto). Los tebeos no eran menos optimistas: el primer número de la colección que hoy nos trae la memoria frívola comienza diciendo que, en el año 1965, "los científicos norteamericanos han conseguido sus máximas aspiraciones: la conquista del espacio". Aparte del error de concordancia de número (¡sus máximas aspiraciones serían al menos dos!), esto era toda una declaración de fe en la ciencia.
Esta colección gozó de un más que mediano éxito, consiguiendo completar dos bloques de treinta y cinco números cada uno. La primera parte fue una space opera clásica heredera de Flash Gordon, con aventuras espaciales que comenzaban en el satélite marciano Deimos, al que llega nuestro héroe, el joven Kit, de polizón en la nave del capitán Rider y el profesor Roy Dash, enviados para investigar la desaparición de varios satélites artificiales terrestres. A su vuelta a la Tierra tras sus aventuras espaciales, Kit-Boy y sus compañeros pasaban a vivir aventuras más "terrestres", llegando incluso a cabalgar por el lejano Oeste. 
El autor de la serie, Alan Doyer, pese a su sonoro nombre anglosajón, era en realidad el dibujante catalán José Espinosa Serrano, que en la primera viñeta de la colección firmaba como Serrano, en el segundo número empleó otra firma más elaborada: "Frank LosD", pasando a su firma más habitual a partir del número 4. El trabajo más conocido de este autor fue el que realizó para la colección de Toray Hazañas Bélicas (fue uno de los principales sucesores de Boixcar), donde, con guiones de Eugenio Sotillos, dibujó la serie Johnny Comando, en la que nació su personaje más popular, el sargento Gorila, que acabó sustituyendo al titular y encabezando la serie en varias colecciones.
Con Kit-Boy Alan Doyer nos ofreció una digna aventura que se lee con facilidad, dibujada con eficacia. Estoy disfrutando de la revisión de esta serie cuando han pasado más de cincuenta años desde la última vez que le puse el ojo encima. Los cuadernos de historietas sólo exigen del lector una cosa: poner la mente a la altura de nuestra edad más feliz, la que teníamos cuando los disfrutamos por primera vez. Estoy muy satisfecho de decir que todavía sigo siendo capaz de hacerlo. Y no se trata de la segunda infancia: en cierto modo creo que aún no abandoné del todo la primera, opinión que comparten muchos de los que me conocen.








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