Los cuadernos de aventuras
Huracán
De Juan Antonio de Laiglesia
El fin de la década de los cincuenta fue para mí la "edad de oro" de los tebeos de aventuras, no sólo porque fue el momento en el que en los quioscos coincidieron algunas de las más golosas colecciones de cuadernos, sino porque mis pobres finanzas empezaron a permitirme adquirir algún tebeo cada semana y, sobre todo, cambiar los menos interesantes y de esta manera leer casi todo lo que se publicaba. Una imagen habitual de aquellos años era la de un grupo de chavales leyendo tebeos sentados en las aceras (en las colonias del sur de Carabanchel Alto no había entonces más allá de uno o dos seiscientos, que empezaban a llegar a los barrios populares, pero los bordillos aún no se habían convertido en disputados aparcamientos). En la colonia de San Federico, habíamos inventado un "deporte" para dos jugadores que se practicaba con un balón, los jugadores situados frente a frente cada uno en una acera, y consistía en lanzar el balón con la mano con el fin de dar en el bordillo de la acera contraria: se conseguía un punto cuando el adversario no se hacía con la pelota y ésta caía al suelo. Evidentemente, hoy ese juego es impracticable, lo mismo que los partidos de fútbol en la carretera de Cuatro Vientos, que había que interrumpir cuando, cada media hora, pasaba la "camioneta" (el autobús suburbano que hacía el recorrido entre la Cibeles y la Colonia de Aviación) o las carreras de bicicleta en masa por la misma vía.
Las colecciones clásicas habían decaído en aquellos años, algunas ya clausuradas: Diego Valor, el "Febeí" y las otras cabeceras de Rollán (Jeque Blanco y Mendoza Colt), de Valenciana (el Guerrero, Purk, Milton el Corsario e incluso Roberto y Pedrín). Hazañas Bélicas se reinventaba, y al gran Boixcar y su estilo irreemplazable le había sustituido un plantel de nuevos dibujantes, entre los que se impuso Alan Doyer, con su creación de Johnny Comando, pronto eclipsado por el secundario Gorila, que se mantuvo mucho tiempo en candelero. En Bruguera se había dado con la fórmula ideal, y El Capitán Trueno y El Jabato arrasaban, olvidados ya El Cachorro, Dan, Vendaval y otros títulos, y encabezaron una larga serie de imitaciones más o menos afortunadas. En Valencia, Maga publicaba colección tras colección, decantándose por series de duración más corta: Pantera Negra y el Pequeño Pantera Negra, colecciones consecutivas, fueron una de las más longevas, la mayoría no alcanzaron el centenar de números, y algunas fueron aún más breves.
Entre estas publicaciones de corto recorrido estaba Huracán, una de mis favoritas. Entonces yo no lo supe, pero su guionista, Juan Antonio de Laiglesia, estaba detrás de varias de las series que yo más disfruté. Suyos fueron los guiones de Piel de Lobo, El Coloso, Audaces legionarios, El Espíritu de la Selva...
Con la perspectiva del tiempo, compruebo que en los tebeos que más me gustaban coincidía un dibujo atractivo con un guión interesante. No un dibujo magistral ni un guión excelso, sólo una historia bien contada y con un nivel mínimo de interés y un dibujo que no me rechinara. Eduardo Vañó, por ejemplo, no se cuenta entre los grandes dibujantes, y a lo largo de su dilatada carrera perpetró algunos cuadernos infames, pero en su mejor momento servía un eficaz dibujo a unas historias pensadas para divertir a los críos que hasta los quince o dieciséis años se leían con avidez. Comento esto porque en Huracán se daban los elementos ideales para hacerla una serie atractiva: el dibujo, de Manuel López Blanco y José Ortiz, magnífico en mi opinión, recuerda evidentemente al Gordon de Raymond, influencia reconocida por casi todos los dibujantes de la época, y el guión, con todos los defectos comunes, se sigue con agrado. Las viñetas que encabezan la entrada son las únicas que encontré firmadas, por Ortiz la del primer número y por López Blanco la del segundo
¿Defectos? ¿Por dónde empiezo? ¿Por los engolados parlamentos, por el nunca justificado, incómodo y bastante ridículo uniforme heroico, por esa raza alienígena de seres elásticos de aspecto reptilesco cuya reina es una belleza deslumbrante y el malvado Gregor una réplica de Ming? ¿Y qué? Desde que uno se embarca en la acción esos detalles ya no importan, sólo cuenta el arrojo del héroe, la belleza de la dama, los peligros que acechan número tras número... hasta el final, que llega, ¡ay!, demasiado pronto.
Por desgracia, sólo conservo de mi colección original cinco números, en estado de conservación más o menos aceptable, restaurados con la cinta mágica que sustituyó al nefasto cello con el que tantos tebeos quedaron señalados. He conseguido escaneos de los otros quince números, espero que no queden demasiado mal.
Aquí van los dos primeros números, en los que arranca una aventura que creo disfrutarán quienes se asomen a este recóndito paraje.
El segundo ejemplar lo conseguí hace más de cincuenta años mediante intercambio. Se puede observar en el margen superior cómo el descuidado propietario procedió a "desvirgar" el tebeo de la peor manera posible. Los lectores cuidadosos usaban un abrecartas o al menos una tarjeta para separar los pliegos, que venían de la imprenta sin recortar. Los más brutos lo desgarraban como hizo el que me pasó este número.
Aprovecho para comentar que este tipo de encuadernación con la parte superior del cuaderno sin recortar era típico de los tebeos valencianos. En los catalanes, por regla general, no se daba. La impresión de estos cuadernos se efectuaba en dos pliegos en ambos casos, uno para las cubiertas, con el frente en color y la retiración generalmente en monocolor azul o negro, y el otro pliego, en blanco y negro, se plegaba, en el caso catalán, en forma de cuaderno con el lomo a la izquierda, y en los tebeos valencianos plegado en cruz, lo que daba un doble cuaderno con pliegue en cabeza y doble pliegue en el lomo izquierdo. Siempre me pregunté el porqué de esta diferente manera de encuadernar, que permitía a Bruguera y las otras editoriales catalanas grapar los cuadernos por el lomo mientras Valenciana y Maga cosían sus ejemplares con la grapa por la parte delantera, lo que provocaba una fea arruga cuando se abrían las páginas para leer el tebeo.
Y nada más, aquí está el segundo número.
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